El kaleidoscopio es un instrumento compuesto por un tubo que contiene en su interior tres espejos y en un extremo dos láminas de vidrio entre las cuales hay varios objetos de figura irregular. Al observar por el extremo opuesto mientras se va volteando el tubo, miles de imágenes simétricas, infinitas e irrepetibles aparecen fundamentadas en el principio de la reflexión. La multiplicidad de aspectos, intereses, gustos, ideas, cambios, imágenes, formas y figuras que conforman mi vida se funden metafóricamente en un kaleidoscopio. Te invito a ver y a leer una parte de lo que puedes observar a través de mí.

viernes, 10 de junio de 2011

Taxonomía de un monoambiente prestado



6:00 AM, Buenos Aires. Abro mis ojos y me levanto sentándome en esa masa amorfa, incómoda, manoseada, teñida con fluidos invisibles, ajenos; que parece hundirse hasta el infinito. Camino tropezando con los espectros de quienes alguna vez estuvieron allí: un tipo a quien todos llaman “el mafioso” y su amante, también una joven mujer distinguida y tal vez una pareja con un niño pequeño, estos últimos sugeridos por la línea rayada con crayola azul en la pared que soporta la mesa donde alguna vez derramé la leche en uno de mis primeros intentos de preparar un puré de papas. No la he querido borrar, el niño la dejó para atarme a la parte de mis 26 años que se niega a ser adulta.

En realidad, mi submundo está a cinco pasos frente a esa línea azul, ese espacio que incluso antes de ser habitado ya se había convertido en mi favorito. Una cuadrícula que brilla de lo blanca, con casillas para depositar mis sueños sin que puedan escapar huyéndole a mis miedos más profundos. Allí reposan los tres ojos mecánicos, que de vez en cuando saco de paseo, los libros de cine que pude traerme y el de cocina fácil que mamá me regaló antes de volar. Lleno los espacios vacíos con mi imaginación, proyectando las cosas que algún día compraré. La planta carnívora revela más que mi afición por las plantas extrañas: parece sonreír siempre, como yo.

1:00 PM Me hace voltear hacia la derecha el olor de la pasta que preparé y ese humo latente, que por la costumbre terminé naturalizando. Soy lo suficientemente territorial como para no querer compartir mi espacio con tres moscas de la fruta que aletean en el lavaplatos, pero he optado por rendirme y dar media vuelta.
La ventana siempre está cerrada, pero ilumina todo de un costado como me gusta. El polvo que atraviesa los rayos de sol me recuerda al proyector de cine. El vidrio esmerilado me acompaña en mi obsesión por lo translúcido. Lo abro cuando llueve, buscando alguna coincidencia entre el granizo y yo, pero esto nunca ha sido posible hasta ahora.

Mi casa empieza a ser linda, porque yo me he encargado de disfrazar poco a poco cada rasgo que ha dejado otro, haciéndola más habitable para mí, pero no es mía del todo, sólo falta un detalle, aún los portarretratos están vacíos.

11:00 PM Me dirijo hacia el frente. Abro el closet y fácilmente encuentro mi pijama entre la poca ropa que una maleta pudo soportar. Vuelvo a la masa que se hunde hasta el infinito. Me acuesto. A mi lado, está ese pequeño artefacto invasor, esa suerte de portal sonoro que viene desde el espacio exterior con voces que desconozco y que trato de evitar en lo posible, pero que al mismo tiempo es el mejor puente que me conduce a mi verdadera casa, a mi familia. Ese pequeño aparato está sobre la mesa de luz, una caja bastante funcional para guardar los recuerdos.

Una noche mis despistes crónicos quedaron marcados en la madera de esa mesa, por la cera de una vela que nunca apagué. Así aseguré dejar mi huella para los habitantes posteriores, quienes seguramente se encontrarán con mi espectro justo en ese lugar.
Cierro los ojos.